jueves, 27 de noviembre de 2014

La persona justa

Óleo de Enrique Chernaez
Ese es el nombre de una novela de Sándor Márai. La primera parte -el primer punto de vista expuesto- termina así:
"Descubrí, querida mía, que la persona justa no existe.
     Un día desperté, me incorporé en la cama y sonreí. Ya no sentía dolor. Y de golpe comprendí que la persona justa no existe. Ni en el cielo ni en la tierra, ni en ningún otro lugar. Simplemente hay personas, y en cada una hay una pizca de la persona justa, pero ninguna tiene todo lo que esperamos y deseamos. Ninguna reúne todos los requisitos, no existe esa figura única, particular, maravillosae insustituible que nos hará felices. Sólo hay personas. Y en cada una hay siempre un poco de todo, es a la vez escoria y un rayo de luz...".

Cuando hablamos de lo tanto que el amor hace sufrir, de lo terrible del desengaño amoroso, lo hacemos por la extraña creencia en un amor que nos completa, como si nos faltara algo y lo que nos diera la sensación de unidad fuera el encuentro con un otro que es nuestra "alma gemela", nuestra mitad. El amor con mayúsculas, desde esta perspectiva, lo es en tanto y cuanto encontremos a esa persona ideal, a esa persona justa. Pero esa persona justa, como dice Marika, no existe. Sin embargo insistimos, idealizamos a la persona y al amor y mientras la ilusión de la perfecta comunión con la persona perfecta dura, ese amor es fuerte, todopoderoso y nos hace felices. Pero cuando la realidad cae sobre el vínculo, cuando nos damos cuenta de la "imperfección" del otro, y descubrimos aterrados que es sólo una persona, creemos, erróneamente que el amor duele. Duelen otras cosas en una relación. Pero un amor sano, que ha crecido al calor de la honestidad, del compromiso y del respeto por la singularidad de cada miembro de la pareja, no lastima. Esos son los vínculos que superan las crisis, los que pueden salir fortalecidos de esas situaciones, los que pueden revisar su propia historia y repactar la convivencia.
Podemos reconocernos en el otro. Podemos crecer aceptando que las diferencias forman parte de lo que decidimos construir juntos. En todo caso ese amor que nos completa, no lo hace desde algo que nos falte como si fuéramos sujetos defectuosos, sino que añade, suma, desde lo que nos diferencia, desde lo diverso, desde lo magníficamente particular. Esa es la única magia, darnos cuenta de que somos distintos y amarnos. Tal vez entonces, se configure la persona justa, esa que es y no es todo lo que queremos. Como vos, como yo, como todos.


©Clr. Alejandra Gómez Joaristi





Soy más fuerte que mis dificultades: repetilo como un mantra


Inteligencia emocional

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En dos pasos

martes, 25 de noviembre de 2014

Boyhood

Manu tenía razón. Manu es el hermano de Z, mi niña.
— A vos no te va a gustar —le dice al padre.
 — ¿Por qué no? — Naaaah, vos sos más de tiros. Y con eso dio por zanjada la cuestión en relación al padre.
 — Pero a vos sí, mirala.
Y la vimos. Con Z. Termina la película y ella se quedó con esa sensación de "quiero más, adónde está lo que falta contar".

Pero no se puede seguir contando porque Boyhood es eso, una película acerca de crecer. Acerca de esas cosas mínimas y no tanto que nos pasan todo el tiempo. Es la vida sin grandilocuencia. Sin la épica hollywoodense. O sin lo que Hollywood y algunos espectadores creen que es la vida. Los abonados a todo tipo de series y películas o algunos libros -a veces, no siempre-, tienden a creer que la ficción es una copia fiel de la realidad. Que en las vidas de las personas pasan todo el tiempo o casi eventos que nos ponen a la altura del héroe. O bien son tan trágicos que nos sentimos sobrevivientes emocionales.

Pues es hora de que lo asumamos, la vida no es tan grandilocuente como en las películas. Todos llevamos nuestras mochilas llenas de sueños rotos y esperanzas vacías. De alegrías totales y otras incompletas. De felicidades truncadas y de la sospecha de que la felicidad es un camino. Todos crecemos y crecer es más o menos doloroso de acuerdo a los recursos que supimos construir y que serán tanto más creativos, honestos y sanos como lo que nuestros padres nos hayan podido transmitir de acuerdo a su conocimiento, presencia y constancia. Y el amor se cuela por cada intersticio de ese crecimiento. De manera evidente o no. Pero se cuela.

Y en ese sentido, todos y cada uno de nosotros somos sobrevientes emocionales. Somos los hérores de nuestra propia historia. Porque hemos sido también el villano. Porque lo estamos siendo y no entendemos qué nos pasa. Porque a los cinco minutos la maldad, la crueldad, la desidia se topa de frente con un propio cuestionamiento que nos hace temblar y preguntarnos ¿quién soy? ¿adónde voy? ¿qué quiero? Son preguntas que se repiten todo el tiempo a lo largo de nuestra vida. Cuando somos adolescentes son centrales y desatan la angustia y la ira. El dolor siempre busca una salida y esa salida casi siempre estalla en el lugar y momento menos oportuno. Pero muchos adultos tenemos esas preguntas guardadas en una caja cerrada con mil candados. Por eso Boyhood termina en el momento en que termina. Porque seguimos creciendo. Y en todo caso, volviendo a eso de la cosa épica, me quedo con algo que dijo Auggie, el personaje principal de "La lección de August":



©Alejandra Gómez Joaristi